sábado, 18 de mayo de 2019

La Ley y el Cristianismo ¿están relacionadas? (Parte 1)

Legalismo

Una gran muestra de todo lo que nos falta por aprender acerca de la voluntad de Dios para nosotros como cristianos se ve reflejada en el hecho de que no tenemos presente o memorizados muchos de los mandatos dados por Dios en el Antiguo Testamento. ¿Será que gran parte de la iglesia podrá recitar, por lo menos el Decálogo, de memoria y en orden? Esto puede ser reflejo de una realidad presente en nuestros corazones, en la cual no se considera que la voluntad de Dios también se refleja verdaderamente en el Antiguo pacto, es más, la poca lectura del antiguo testamento entre los creyentes es muestra también de dicha realidad.

Por esta razón, es de suma importancia estudiar si la ley era única y exclusivamente para el pueblo israelita que estaba en medio de una revelación progresiva del plan de Dios, o si esta voluntad mostrada al pueblo de Israel continúa vigente para nosotros en la actualidad, y si es así, podamos también responder cómo debemos usarla y establecer qué cosas sí permanecen y cuáles no, y así definir cuál es el estándar que debemos seguir para vivir una vida cristiana moralmente conforme a la voluntad de Dios.

En esta primera parte hablaremos sobre el porqué es importante la ley de Dios, y después veremos qué es la Ley de Dios y cuál es su propósito.

La Ley de Dios


"Estamos bajo la gracia, no bajo la ley"... Este es un lema que abunda en la cristiandad, y que tristemente se ha tornado en una afirmación de doble filo, por que, aunque en un sentido es algo verdadero, se ha mal entendido y llevado al otro extremo. Entonces, ¿en qué sentido esta frase es verdadera? ¿En qué sentido no lo es? ¿En qué sentido estamos bajo la gracia? Y, ¿en qué sentido estamos o no bajo la ley de Dios? Esta son preguntas que iremos respondiendo a lo largo de este escrito para mostrar si la ley sigue vigente para los cristianos y en qué sentido hay algún tipo de discontinuidad (si se puede expresar de esta manera), para nuestros tiempos.

Lo primero que se debe mencionar es que toda la Escritura enseña que Dios ha creado todas las cosas y la gobierna, preserva y sustenta; además, su gloria se evidencia en cada parte de esta por lo que nadie puede decir que no existe un creador supremo (Romanos 1:20). Como decía el salmista: "Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito" (Salmo 147:5), y "La ley del Señor es perfecta, justa, limpia, verdadera y dulce" (Salmo 19). Es importante entender esto como primera medida, ya que de esta manera podremos ver en la ley de Dios belleza, santidad y una cura para la horrenda enfermedad de la autosuficiencia, y así poder gritar con júbilo lo mismo que el rey David exclamó: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley" (Salmo 119:18), ya que, como dice Keizer, “esta ley era para toda la vida en la tierra; no simplemente para una vida íntima, religiosa o espiritual”.[1]

Lo segundo que hay que mencionar para ver la importancia de la Ley Divina, es que después de la caída del ser humano, este murió espiritualmente y ahora no puede relacionarse con Dios de una manera íntima (Efesios 2:1; 2:12; Col 2:13), puesto que ha perdido la capacidad de obedecer la ley de Dios que este tenía en el Edén. Sin embargo, para este problema, Dios en su infinita sabiduría comienza a revelarnos de una manera cada vez más clara que siempre se relaciona con el ser humano por medio de pactos (incluyendo el tiempo histórico en el Edén). Por esta razón se debe mencionar que, como si fuese un “contrato”, en un pacto hay dos partes (Génesis 12:1-17; Deuteronomio 7:7, 8; 30:1-10); por un lado, Dios promete bendecir a Su pueblo si ellos guardan sus mandamientos y le honran, mientras, por otro lado, si ellos incumplen su parte, entonces Dios los castigará. pero, ¿qué importancia tiene esto? Precisamente el pacto encuentra gran parte de su expresión en la ley que Dios le dio al pueblo de Israel. Es necesario aclarar que, a diferencia de los pactos entre hombres, en el pacto divino, es Dios quien toma la iniciativa y establece las condiciones, y en ningún sentido el hombre tiene algo que ofrecer a Dios. Parafraseando a David Cook, en el Antiguo Testamento Dios revela sus normas a la humanidad a través de leyes, y aunque la más conocida es el Decálogo, este es meramente una parte de un conjunto normas, como las leyes civiles, ceremoniales y morales (Éxodo 20; Deuteronomio 5), por medio de las cuales Dios revela Su naturaleza, carácter y voluntad.[2]

¿Qué es entonces la ley de Dios?


Haciendo un compendio de los diversos párrafos del capítulo 19 de la confesión de Fe bautista de Londres de 1689, podría decirse por el momento (teniendo en cuenta la relación Pacto–condiciones, mencionadas anteriormente), que le Ley es un conjunto de normas dadas por Dios al hombre para que este las obedeciera y así obtener las bendiciones por parte de Dios, las cuales primeramente fueron escritas en el corazón del hombre y así se mantuvieron hasta que a Dios le agrado dársela al pueblo de Israel de manera explícita en el monte Sinaí, a través de 2 tablas y manifestada en 10 mandatos. Con el tiempo a estos Dios añadió leyes civiles, ceremoniales y morales.[3]

Soy consciente de que en la definición anterior (a propósito), hacen falta expresiones claves (mencionadas en la misma confesión de fe de Londres de 1689) para evitar el mal entendimiento de lo que es la Ley, pero estas serán mencionadas y explicadas de una mejor manera en el tópico que tratara sobre el verdadero propósito de la Ley.

No es fácil dar una definición de lo que es la Ley, ya que hay un uso variado de esta expresión en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, al comienzo la palabra Ley se limitó al decálogo expresado en Deuteronomio para luego referirse en un sentido más amplio al Pentateuco, y así, el concepto de ley fue creciendo de manera continua en el toda la Escritura, Bástenos concluir que “la ley es una expresión del carácter de Dios y por lo tanto se trata de una unidad, porque él es una unidad”.[4]

¿Cuál es su propósito?


Ampliando ahora la definición de Ley dada anteriormente, podría decirse que la Ley tenía el propósito general de mostrar el estándar o la voluntad de Dios frente a su creación con la cual se había relacionado mediante pactos, la cual no podíamos cumplir. Aunque algunos autores definen el propósito principal de esta revelación diciendo que “es el medio principal por el cual Dios revela que el pecado es pecado y el pecador es un pecador”,[5] sin embargo, al ser esta una definición muy general, algunos autores clasifican el propósito de la ley de la siguiente manera: a) mostrar la manera de vivir para un pueblo escogido y rescatado, b) estaba destinada a refrenar el pecado, c) revelar y excitar el corazón pecaminoso, d) demostrar la naturaleza pecaminosa del pecado, e) convencer al individuo de pecado, f) preparar al creyente para Cristo, e) revelar la naturaleza de Dios.[6]

La Ley mostraba al pueblo como vivir, y aunque era algo más que un código de conducta, la promesa "haz esto y vivirás" nunca quiso significar para el hombre un sistema de salvación por obras, toda vez que, todos los creyentes que se salvaron en el Antiguo Testamento lo hicieron de la misma forma que los creyentes Neotestamentarios: por medio de la Fe. La Ley más bien era la muestra del favor de Dios hacia un pueblo que aparta para Sí mismo, con el cual se relacionó por medio del pacto con el fin de guiarlos hacia nuestro Salvador Jesucristo. Paradójicamente, a pesar de que la Ley sí cumplió en parte su labor de hacer a Israel diferente a otros pueblos y refrenar en parte su maldad (como dijo Calvino: "la función de la ley es...que el temor al castigo modere a ciertos hombres que permanecen indiferentes a cualquier cuidado sobre lo que es justo y correcto si no son coaccionados por las amenazas de la ley"[7]), también les mostró su pecado y los incito de alguna manera a pecar aún más (Ro. 5:20; 7:7; 1 Cor. 15: 56). Aunque la definición del propósito de la Ley más relevante es la de Bolton, citada por Bahnsen, al decir que “La Ley nos envía al Evangelio para que seamos justificados; y el Evangelio nos retorna a la Ley para inquirir cuál es nuestro deber como gente justificada”.[8]

Además de esto, algunas personas consideran que la ley son normas morales que se deben cumplir con el objetivo de ganar méritos delante de Dios para ser salvos del castigo que vendrá en el día final, sin embargo, aunque es cierto que la ley limita el mal y expresa la voluntad divina, el propósito primordial de la ley es convencernos de que somos pecadores y que tenemos necesidad de un Salvador. Por esta razón la Escritura dice que la Ley es ese ayo que nos guía a Jesucristo (Gal 3:14), puesto que al verla e intentar cumplirla, nos encontramos con la realidad de que somos incapaces de cumplir a cabalidad cada demanda de la ley.

Así pues, hemos visto por hoy a grandes rasgos cómo, qué es y cuál es la importancia de la ley para luego ver el propósito de esta. Les animamos a seguir de cerca la segunda parte de este tema donde veremos si esta Ley que hemos estudiado aplica para los cristianos actuales y también veremos dos extremos igualmente dañinos para la iglesia de hoy: el antinomianismo y el legalismo.

Anthony Molina Torres.
Diácono
Estudiante de Licenciatura en Teología
Seminario Reformado Latinoamericano



[1] A. Keizer, La Palabra de Dios: libro de vida para este tiempo (Madrid: FELIRE, 1982), p. 12
[2] David Cook, El Laberinto de la Ética: Un Camino de Exploración de la Ética Cristiana (Barcelona: Clie, 2004), p. 75
[3] Puritanos, Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689 (Medellín: Alfa Communications, 2012), p. 77 - 80
[4] James Montgomery Boice, Los Fundamentos de la Fe Cristiana (Miami: Unilit, 1996), p. 224
[5] James Montgomery Boice, Los Fundamentos de la Fe Cristiana (Miami: Unilit, 1996), p. 223
[6] Francisco Lacueva, Ética Cristiana (Barcelona: Clie, 1975), p. 60 - 61
[7] Calvino, Institución de la Religión Cristiana (Internet), pp. 358-59.
[8] Greg L. Bahnsen, He Aquí el Estándar: La Autoridad de la Ley de Dios para Hoy (Texas: ICE, 1990), p. 139

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