Una gran muestra de todo lo que nos falta por aprender acerca de la voluntad de Dios para nosotros como cristianos se ve reflejada en el hecho de que no tenemos presente o memorizados muchos de los mandatos dados por Dios en el Antiguo Testamento. ¿Será que gran parte de la iglesia podrá recitar, por lo menos el Decálogo, de memoria y en orden? Esto puede ser reflejo de una realidad presente en nuestros corazones, en la cual no se considera que la voluntad de Dios también se refleja verdaderamente en el Antiguo pacto, es más, la poca lectura del antiguo testamento entre los creyentes es muestra también de dicha realidad.
Por
esta razón, es de suma importancia estudiar si la ley era única y exclusivamente para el pueblo israelita que estaba en medio de una revelación progresiva del plan de Dios, o si esta voluntad mostrada al pueblo de Israel continúa vigente para nosotros en la actualidad, y si es así, podamos también responder cómo debemos usarla y establecer qué cosas sí permanecen y cuáles no, y así definir cuál es el estándar que debemos seguir para vivir una vida cristiana moralmente conforme a la voluntad de Dios.
En esta primera parte hablaremos sobre el porqué es importante la ley de Dios, y después veremos qué es la Ley de Dios y cuál es su propósito.
La Ley de Dios
"Estamos bajo la gracia, no bajo la ley"... Este es un lema que abunda en la cristiandad, y que tristemente se ha tornado en una
afirmación de doble filo, por que, aunque en un sentido es algo verdadero, se ha
mal entendido y llevado al otro extremo. Entonces, ¿en
qué sentido esta frase es verdadera? ¿En qué sentido no lo es? ¿En qué sentido
estamos bajo la gracia? Y, ¿en qué sentido estamos o no bajo la ley de Dios?
Esta son preguntas que iremos respondiendo a lo largo de este escrito para
mostrar si la ley sigue vigente para los cristianos y en qué sentido hay
algún tipo de discontinuidad (si se puede expresar de esta manera), para nuestros tiempos.
Lo
primero que se debe mencionar es que toda la Escritura enseña que Dios ha creado todas las cosas y la gobierna, preserva y sustenta; además, su gloria se evidencia en cada parte de esta por lo que nadie
puede decir que no existe un creador supremo (Romanos 1:20). Como decía el salmista: "Grande
es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito" (Salmo
147:5), y "La ley del Señor es perfecta, justa, limpia, verdadera y dulce"
(Salmo 19). Es importante entender esto como primera medida, ya que de esta manera podremos ver en la ley de Dios belleza, santidad y una cura para la
horrenda enfermedad de la autosuficiencia, y así poder gritar con júbilo
lo mismo que el rey David exclamó: "Abre mis ojos, y miraré las maravillas
de tu ley" (Salmo 119:18), ya que, como dice Keizer, “esta ley era para toda la vida en la tierra; no simplemente para una
vida íntima, religiosa o espiritual”.[1]
Lo
segundo que hay que mencionar para ver la importancia de la Ley Divina, es
que después de la caída del ser humano, este murió espiritualmente y ahora no
puede relacionarse con Dios de una manera íntima (Efesios 2:1; 2:12; Col 2:13),
puesto que ha perdido la capacidad de obedecer la ley de Dios que este tenía en el
Edén. Sin embargo, para este problema, Dios en su infinita sabiduría comienza a
revelarnos de una manera cada vez más clara que siempre se relaciona con el
ser humano por medio de pactos (incluyendo el tiempo histórico en el Edén). Por
esta razón se debe mencionar que, como si fuese un “contrato”, en un pacto hay dos partes (Génesis
12:1-17; Deuteronomio 7:7, 8; 30:1-10); por un lado, Dios promete bendecir a Su
pueblo si ellos guardan sus mandamientos y le honran, mientras, por otro lado,
si ellos incumplen su parte, entonces Dios los castigará. pero, ¿qué importancia tiene esto? Precisamente el pacto encuentra gran parte de su
expresión en la ley que Dios le dio al pueblo de Israel. Es necesario aclarar que, a diferencia de los pactos entre hombres, en el pacto divino, es Dios quien toma la iniciativa y establece las condiciones, y en ningún sentido el hombre tiene algo que ofrecer a Dios. Parafraseando a David Cook, en el Antiguo Testamento Dios
revela sus normas a la humanidad a través de leyes, y aunque la más conocida es
el Decálogo, este es meramente una parte de un conjunto normas, como las leyes
civiles, ceremoniales y morales (Éxodo 20; Deuteronomio 5), por medio de las
cuales Dios revela Su naturaleza, carácter y voluntad.[2]
¿Qué es entonces la ley de Dios?
Haciendo
un compendio de los diversos párrafos del capítulo 19 de la confesión de Fe bautista de
Londres de 1689, podría decirse por el momento (teniendo en cuenta la relación Pacto–condiciones,
mencionadas anteriormente), que le Ley es un conjunto de normas dadas por Dios
al hombre para que este las obedeciera y así obtener las bendiciones por parte
de Dios, las cuales primeramente fueron escritas en el corazón del hombre y así
se mantuvieron hasta que a Dios le agrado dársela al pueblo de Israel de manera
explícita en el monte Sinaí, a través de 2 tablas y manifestada en 10 mandatos.
Con el tiempo a estos Dios añadió leyes civiles, ceremoniales y morales.[3]
Soy
consciente de que en la definición anterior (a propósito), hacen falta
expresiones claves (mencionadas en la misma confesión de fe de Londres de 1689)
para evitar el mal entendimiento de lo que es la Ley, pero estas serán
mencionadas y explicadas de una mejor manera en el tópico que tratara sobre el
verdadero propósito de la Ley.
No
es fácil dar una definición de lo que es la Ley, ya que hay un uso variado de esta expresión en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Por
ejemplo, al comienzo la palabra Ley se limitó al decálogo expresado en
Deuteronomio para luego referirse en un sentido más amplio al Pentateuco, y así, el concepto de ley fue creciendo de manera continua en el toda la
Escritura, Bástenos concluir que “la
ley es una expresión del carácter de Dios y por lo tanto se trata de una
unidad, porque él es una unidad”.[4]
¿Cuál es su propósito?
Ampliando
ahora la definición de Ley dada anteriormente, podría decirse que la Ley tenía el
propósito general de mostrar el estándar o la voluntad de Dios frente a su
creación con la cual se había relacionado mediante pactos, la cual no podíamos
cumplir. Aunque algunos autores definen el propósito principal de esta revelación
diciendo que “es el medio principal por
el cual Dios revela que el pecado es pecado y el pecador es un pecador”,[5] sin embargo, al ser esta
una definición muy general, algunos autores clasifican el propósito de la ley
de la siguiente manera: a) mostrar la manera de vivir para un pueblo escogido y
rescatado, b) estaba destinada a refrenar el pecado, c) revelar y excitar el corazón
pecaminoso, d) demostrar la naturaleza pecaminosa del pecado, e) convencer al
individuo de pecado, f) preparar al creyente para Cristo, e) revelar la
naturaleza de Dios.[6]
La
Ley mostraba al pueblo como vivir, y aunque era algo más que un código de
conducta, la promesa "haz esto y vivirás" nunca quiso significar para el hombre un sistema de salvación por obras, toda vez que, todos los creyentes que se salvaron
en el Antiguo Testamento lo hicieron de la misma forma que los creyentes
Neotestamentarios: por medio de la Fe. La Ley más bien era la muestra del favor
de Dios hacia un pueblo que aparta para Sí mismo, con el cual se relacionó por
medio del pacto con el fin de guiarlos hacia nuestro Salvador Jesucristo.
Paradójicamente, a pesar de que la Ley sí cumplió en parte su labor de hacer a
Israel diferente a otros pueblos y refrenar en parte su maldad (como dijo Calvino: "la función de la ley
es...que el temor al castigo modere a ciertos hombres que permanecen
indiferentes a cualquier cuidado sobre lo que es justo y correcto si no son
coaccionados por las amenazas de la ley"[7]),
también les mostró su pecado y los incito de alguna manera a pecar aún más (Ro.
5:20; 7:7; 1 Cor. 15: 56). Aunque la definición del propósito
de la Ley más relevante es la de Bolton, citada por Bahnsen, al decir
que “La Ley nos envía al Evangelio para
que seamos justificados; y el Evangelio nos retorna a la Ley para inquirir cuál
es nuestro deber como gente justificada”.[8]
Además
de esto, algunas personas consideran que la ley son normas morales que se deben
cumplir con el objetivo de ganar méritos delante de Dios para ser salvos del
castigo que vendrá en el día final, sin embargo, aunque es cierto que la ley
limita el mal y expresa la voluntad divina, el propósito primordial de la ley
es convencernos de que somos pecadores y que tenemos necesidad de un Salvador. Por esta razón la Escritura dice que la Ley es ese ayo que nos guía a Jesucristo (Gal
3:14), puesto que al verla e intentar cumplirla, nos encontramos con la
realidad de que somos incapaces de cumplir a cabalidad cada demanda de la ley.
Así pues, hemos visto por hoy a grandes rasgos cómo, qué es y cuál es la importancia de la ley para luego ver el propósito de esta. Les animamos a seguir de cerca la segunda parte de este tema donde veremos si esta Ley que hemos estudiado aplica para los cristianos actuales y también veremos dos extremos igualmente dañinos para la iglesia de hoy: el antinomianismo y el legalismo.
Así pues, hemos visto por hoy a grandes rasgos cómo, qué es y cuál es la importancia de la ley para luego ver el propósito de esta. Les animamos a seguir de cerca la segunda parte de este tema donde veremos si esta Ley que hemos estudiado aplica para los cristianos actuales y también veremos dos extremos igualmente dañinos para la iglesia de hoy: el antinomianismo y el legalismo.
Anthony Molina Torres.
Diácono
Estudiante de Licenciatura en Teología
Seminario Reformado Latinoamericano
[2] David
Cook, El Laberinto de la Ética: Un Camino
de Exploración de la Ética Cristiana (Barcelona: Clie, 2004), p. 75
[3] Puritanos,
Confesión de Fe Bautista de Londres de
1689 (Medellín: Alfa Communications, 2012), p. 77 - 80
[8] Greg L.
Bahnsen, He Aquí el Estándar: La
Autoridad de la Ley de Dios para Hoy (Texas: ICE, 1990), p. 139
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