martes, 21 de mayo de 2019

El Propósito de la Iglesia: ¿Son las Obras de Caridad una Obligación Fundamental de la Iglesia de Cristo?


Actualmente se vive una intensa lucha entre ideologías. Tanto el “viejo continente” como el “nuevo mundo” se encuentran dentro de una “batalla campal” entre ideas liberales y conservadoras; sin embargo, en América Latina, esta lucha se centra más en aspectos socioeconómicos, más propiamente entre ideas socialistas y capitalistas.


La Iglesia de Cristo, al encontrarse aún en este mundo, no está ajena a las luchas que se viven actualmente entre estos dos sistemas “político-socioeconómicos”, y al estar ésta constituida por seres humanos aun en estados de imperfección y con remanentes de pecado, es inevitable ver como sus miembros toman partido hacía uno u otro bando, o por el contrario, “hacerse el desentendido” restando importancia a lo que se vive en el mundo el cual habita la iglesia actualmente. Todo esto puede causar una división semejante a la que Pablo reprendió en 1 Co. 1:12 y 3:3-5; solo que ahora no se aboga por “nombres” sino por “modelos socioeconómicos”.

La Iglesia es fundamental dentro de la doctrina cristiana, incluso, el autor Mark Dever indicó que es la parte fundamental de la teología sistemática. Lo cierto es que, sin Iglesia, Cristo no sería predicado, pues ella es la encargada, por designio de Dios, de ser columna y baluarte de la Verdad. De allí la imperiosa necesidad de tratar este asunto de los “partidos socioeconómicos” frente a una realidad como lo es la injusticia y desigualdad vivida en muchas partes del mundo, sobre todo, Latinoamérica.

Un Mal que Acecha desde lo Oculto


En una ocasión, estando el Señor Jesús en Betania, una mujer le ungió con un perfume de alabastro de muy alto precio causando la indignación de los discípulos los cuales reclamaron al unísono: “¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse dado a los pobres”; sin embargo, aunque el Señor entendió la reclamación de sus discípulos, los amonestó no solo a no molestar a la mujer, sino también a contar lo que ella había hecho donde fuera que se predicara el Evangelio. La razón para que el Señor hubiera respondido de esa manera fueron dos: el acto de la mujer era una preparación para la sepultura futura del Señor, pero también que siempre tendrían a los pobres con ellos, en cambio al Señor no le podrían servir, tal como en ese momento, por algún tiempo. (Mt. 26: 6-13).

El anterior es un hecho que ha marcado a la historia de la Iglesia y que la ha llevado a inclinarse siempre de extremo a extremo: o un descuido en sus labores para con los menos favorecidos, o un exacerbado interés en darse a ellos.

En el transitar de la iglesia encontramos periodos donde esta se vio favoreciendo a los señores y dueños del poder y de las influencias, y en otros tiempos, abogando por causas sociales a favor de aquellos con menos recursos económicos o estatus social. Uno de los más destacados periodos, en cuanto a la segunda etapa, es la conocida “teología de la liberación”, la cual es una corriente teológica cristiana integrada por varias vertientes, tanto católicas romanas como protestantes, nacida en América Latina a mediados del siglo XX.

La teología de la liberación encuentra sus primeras raíces en las reflexiones y prácticas teológicas de un grupo de pastores protestantes suizos como Karl Barth, y alemanes como Emil Brunner y Dietrich Bonhoeffer. (Teología de la Liberación, s.f.) En América Latina podemos encontrar el inicio de dicha teología, primeramente, en el llamado “Pacto de las Catacumbas”, que fue un documento firmado por cuarenta obispos católicos romanos, en su mayoría latinos, donde se comprometían a llevar una vida sencilla y sin posesiones. (Pacto de las Catacumbas, s.f.), pero en sí, los primeros en formular como tal dicha teología, fueron el educador y ex pastor presbiteriano Rubem Alvez y el sacerdote Católico Romano Gustavo Gutiérrez. (Teología de la Liberación, s.f.)

El ideario de la teología de la liberación se puede encontrar como se cita a continuación:

·     Opción preferencial por los pobres
·     La salvación no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre.
·   La liberación como toma de conciencia ante la realidad socioeconómica latinoamericana y de la necesidad de eliminar la explotación, la falta de oportunidades e injusticias de este mundo
·    La situación actual de la mayoría de los latinoamericanos contradice el designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social
·   No solamente hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que necesitan justicia y restauración (Teología de la Liberación, s.f.)

Todo lo anterior lo he mencionado para mostrar el extremo contrario que tomó la iglesia frente a los abusos que se tenían cuando esta favorecía o se inclinaba por quienes ostentaban el poder y las riquezas. En general, cual péndulo en movimiento, la iglesia puede tomar uno de estos extremos al ver los errores en que se caen en el otro, y en la actualidad, en parte por el abuso de las políticas de derecha, pero más que todo por el abuso de los expositores de la “teología de la prosperidad”, son varios los movimientos, personas y pastores que, poco a poco, van marchando hacía el otro extremo, simpatizando y “coqueteando” con la anterior teología mencionada.

La teología de la liberación es un movimiento característico y ampliamente influenciado por las políticas marxistas o de “izquierda”, donde impera la búsqueda de la igualdad, por tanto, al existir una fuerte preocupación por las personas de menos ingresos o de situación de vulnerabilidad, desde el frente eclesial, se comienza a predicar un llamado a la iglesia para darse a estos y así buscar una igualdad que al mismo tiempo acabe con la pobreza, o por lo menos, la disminuya al exponente máximo. El problema con esto es que, como se puede ver en su ideario, el centro de su teología es la preocupación por los pobres y la lucha por la desigualdad; por ende, su teología, además de que es hecha a partir de la práctica, es una teología centrada en el hombre y no en Dios. Además de esto, al centrarse en las condiciones de las personas en las sociedades, su teología es netamente materialista. Timothy Keller, pastor presbiteriano contemporáneo, en su libro “El Dios Pródigo” tiene un apartado donde indica que la salvación tiene un componente material, y en el cual menciona lo siguiente:

Jesús odia el sufrimiento, la injusticia, el mal y la muerte con tanta fuerza que vino y lo experimentó todo para vencer sobre ello y, algún día, erradicarlo de la faz de la tierra. Sabiendo esto, los cristianos no pueden quedarse de brazos cruzados ante el hambre, la enfermedad y la injusticia. (Keller, 2015, p. 100-101)

Esto nos indica que existe un claro llamado a hacer que la iglesia se mueva a buscar mejorar las condiciones sociales y económicas actuales, en busca de un mejoramiento de dichas condiciones de todas las personas en el mundo. Si bien es cierto que la redención del hombre encadena la redención de toda la creación (Rom. 8: 19-22), esto no implica que el centro del cristianismo sea el buscar una sociedad igualitaria y equitativa donde no existan pobres ni injusticias.

Ahora bien, alguien podría preguntar: “¿Qué hay de malo en que la iglesia se centre en buscar suplir las necesidades físicas palpables de los menos favorecidos? ¿Qué daño puede causar que el Cuerpo de Cristo abogue por las causas sociales?” A esto yo respondo que el mal que eso trae es que hace perder de perspectiva el verdadero propósito de la iglesia. Si bien no es malo, y es algo loable y necesario, el que la iglesia se preocupe y levante su voz ante las injusticias y desigualdades, esto nunca fue su propósito principal ni original.

Ante lo anterior se dice principalmente que el objetivo no es cambiar el propósito original de la iglesia, sino despertarla a no hacerse “de vista gorda” ante las injusticias y problemas de inequidad en la sociedad”, pero la historia siempre muestra que ese es el inicio para tomar el camino que resultará en la nueva activación de la “Teología de la Liberación”. De hecho, Timothy Keller, quien actualmente es criticado por algunos círculos evangélicos por un aparente pensamiento marxista en sus escritos, en un libro publicado recientemente titulado “Ministerios de Misericordia”, indica, o da a entender, que el propósito de ser cristiano es “suplir las necesidades palpables de nuestro prójimo”, y “aliviar los efectos del pecado en todas las áreas de la vida” (Keller, 2017, p. 15)

En uno de sus apartados dice lo siguiente: “… Una conciencia social sensible y una vida rica en misericordia hacia los necesitados es el resultado y la señal inequívoca de la verdadera fe. Por tales obras, Dios sabrá si nuestro amor es real o si es mera palabrería” (Keller, 2017, p. 8); en otro dice: “Nuestra respuesta a ellos (los necesitados) prueba la autenticidad de nuestra fe en Dios” (Keller, 2017, p. 8). Esto nos muestra el pensamiento del autor de que un verdadero creyente es alguien que es dado a las obras sociales, incluso, que es la señal inequívoca, en otras palabras, quien hace obras sociales y dice creer en Cristo o hacerlas por Él, entonces es un verdadero creyente; pero este pensamiento conlleva un problema muy grande: la institución más grande dedicada a las obras sociales es la Iglesia Católico Romana, por ende, la afirmación de Keller, si somos coherentes, nos llevaría a pensar que los papistas son nuestros hermanos en la fe, lo cual ningún evangélico ortodoxo, y muy poco que no siga la ortodoxia en pleno, se atrevería a admitir.

Pero esto no es lo más peligroso del planteamiento de este sistema. La línea que nos lleva al mayor peligro es que se tiende equiparar las obras sociales al mismo nivel de prioridad que el evangelismo. El mismo autor, en otro apartado, dice lo siguiente:

La mayoría de las veces, la “obra social” se ve como un deber secundario. Es algo de lo que nos ocupamos si hay tiempo y dinero en el presupuesto, después de estar satisfechos con nuestros ministerios evangelísticos y educativos. Esta parábola (la del Buen Samaritano) destruye ese orden de prioridades. (Keller, 2017, p. 6-7)

Finalmente, a seguir ese orden de ideas, se puede caer en destruir el principio bíblico de que sólo a través del Evangelio, es que los corazones son ablandados para Cristo, de hecho, el autor mismo lo expresa en el mismo libro cuando dice: “Es crucial entender que las necesidades “palpables” son la puerta hacía las necesidades más importantes”; pero más cuando dice: “Por medio de estas cosas (las obras sociales), podemos ablandar corazones para Cristo”. A través de todo esto se puede ver cómo la preocupación de los más necesitados inclinará a la iglesia a una teología centrada en el hombre donde se cae en “hacer actos” que busquen que estos sean más sensibles a la predicación del Evangelio. Esto es una distorsión total de la doctrina cristiana y del propósito principal y verdadero del Cuerpo de Cristo.

El Verdadero Propósito del Cuerpo de Cristo


Ya expusimos el mal que, desde lo oculto, viene impregnando poco a poco a la Iglesia. La preocupación sincera de muchos creyentes frente a la desigualdad socioeconómica que se viven en muchos países, sobre todo de América Latina, los ha llevado a tomar simpatías con pensamiento de políticas de izquierda que, poco a poco, van abriendo camino para la teología de la liberación. El problema con ello es que se va perdiendo, al hacer énfasis en los “necesitados”, el propósito para el cual Cristo fundó la Iglesia en su plenitud, al irle sumando prioridades que nunca tuvo.

Ciertamente el cuidado de los menos favorecidos es algo que la iglesia no debe tener en poco, y también, un creyente verdadero, si realmente tiene el Espíritu de Dios, no puede no dolerse ante las situaciones de abuso o de injusticias que a diario se ven en los noticieros; empero, esto nunca quiere decir o significar que el preocuparse o dolerse con los necesitados sea la misión principal de la Iglesia.

El propósito principal de la Iglesia se encuentra en las palabras del Señor cuando les indico lo denominado teológicamente como “La Gran Comisión”:

“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;” (Mt. 28:19).

Generalmente se piensa que solo este verso es la gran comisión, pero no es así, las palabras de Señor continúan:

“enseñándoles” que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20).

En estos dos versos, nuestro Señor Jesús, dio el mandato a los apóstoles, su razón principal de ser, la misión para la cual habían sido llamados; de hecho, les ordenó no actuar de ninguna manera sino hasta que recibieran la promesa del Padre (Hch. 1: 4,5), y que cuando se cumpliera dicha promesa, entonces ellos podrían cumplir con la labor que se les había encargado (Hch.1:8). Esto es importante, porque agregar o quitar algo a la verdadera misión que Cristo encargó a la Iglesia, es hacerla perder su propósito o razón de ser.

Ya en antaño, el famoso predicador, Martyn Lloyd-Jones visionaba este mal y peligro; en uno de sus libros escribió: “La Iglesia puede muy fácilmente degenerar y convertirse en una organización o aun, quizá, en un club social o algo parecido” (Lloyd-Jones, 2010, p. 11). Ciertamente este es el peligro de olvidar cuál es la misión de la iglesia, paso a paso esta se irá convirtiendo en algo que realmente no es su diseño divino, y en el caso que trato, al mezclar ideas socioeconómicas que nada tiene que ver con su propósito original, la iglesia irá degenerando hasta convertirse en un centro de beneficencia. De hecho, este es el mal que tiene impregnado a la iglesia Católico-Romana, donde su centro es ayudar al pobre y menos favorecido, haciendo obras de caridad y sociales con el fin de que la gente escuche su “evangelio”.

Para ver el verdadero propósito de la Iglesia es necesario analizar el texto de La Gran Comisión:


Id, y haced discípulos a todas las naciones…

Creo que Martyn Lloyd-Jones resume todo en la siguiente frase: “la primera labor de la iglesia … es la predicación de la Palabra de Dios” (Lloyd-Jones, 2010, p. 21). Durante el ministerio terrenal del Señor, al escoger a sus doce apóstoles, los envío en una primera misión (Mt. 10:1-15). Al analizar dicho pasaje es imposible no notar que en ningún momento dio referencia a suplir alguna necesidad de tipo social, por el contrario, les mando a no proveerse de nada y de recibir lo que se les diera (Mt. 10:9,10); si alguna obra social había de hacerse ¡era para con ellos! La misión que se les encargó, por tanto, no era “mirar qué necesidades palpables tenía la gente”, sino el predicar el Evangelio de Cristo (Mt. 10:7; Mr. 6:10-12; Lc. 9:3-6).

Pero el predicar el Evangelio no era la única parte de la misión, sino que, según la Gran Comisión, deben “hacer discípulos”. Hendriksen comenta: “Los apóstoles deben proclamar la Verdad de Dios al mundo … Sin embargo, esto no es suficiente. El verdadero discipulado implica mucho más … La Verdad debe ser practicada” (Hendriksen, 2003, p. 741). Se puede ver entonces que la misión componía una parte de proclamar la verdad y otra parte de enseñar a cómo poner en práctica esa verdad, pero jamás se enseñaba o mandaba la practica sin antes proclamar la verdad

… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado

Conectando con lo anteriormente mencionado, el versículo veinte de Mateo veintiocho nos muestra la segunda parte de la gran comisión, o el cómo hacer discípulos. Hendriksen comenta nuevamente, ahora citando a G. W. Knight III: “La iglesia primitiva estaba tan interesada en la edificación como en el evangelismo, tanto en la santificación como en la conversión, tanto en el gobierno como en la predicación” (Hendriksen, 2003 p. 743). Es interesante notar que ya desde la era más temprana de la iglesia, su interés no estaba principalmente en buscar una igualdad socioeconómica, sino en el predicar y el hacer discípulos. Alguno podrá objetar que en el nacimiento de la plenitud de la iglesia se vendía todo lo que se poseía para repartirse entre los miembros (Hch. 2: 44,45; 4:32-35), pero con esto se olvida que al parecer dicho movimiento se trató de un “experimento” de la iglesia de Jerusalén y que más tarde Pablo, desde las iglesia gentiles, tuvo que recoger una ofrenda para los miembros de dicha iglesia, ya que se encontraban en una situación económica adversa (Rom. 15:26,31; 1 Co. 16:1).

Al mirar estos pasajes podemos concluir lo siguiente: la iglesia en su plenitud nació en Jerusalén después de pentecostés. Como se había formado una comunidad, decidieron vender sus propiedades y todo cuanto tenían para repartirse entre ellos, pero debido a que muchos, posiblemente, tuvieron que dejar sus labores por causa de la persecución judía, además de la dispersión, pronto la iglesia de Jerusalén se quedó sin recursos y comenzaron a padecer de hambre; cuando el apóstol Pablo se convirtió a Cristo y comenzó sus viajes misioneros, al ver la situación de la iglesia de Jerusalén (posiblemente cuando fue al concilio) procuró hacer una colecta para llevar recursos a sus hermanos que padecían, pero notemos que los objetivos de las misiones de Pablo eran la predicación del Evangelio, la plantación de iglesias, el nombramiento de ancianos, y la corrección de problemas; el tema de la colecta para los pobres de Jerusalén fue algo muy adicional que vio a bien hacerlo (al parecer no fue tampoco su idea, según Rom. 15:26), pero que no estaba dentro de su “agenda misionera”. Por tanto, baste esto para mostrar el objetivo de la iglesia, desde la era apostólica, siempre ha sido la predicación del Evangelio de Cristo, y el hacer discípulos de todas las naciones; las obras sociales son temas adicionales no propias de su misión principal.

Soy consciente que alguno me podría acusar de “armar una tormenta en un vaso de agua”, pero lo que se trata acá no es un problema menor, pues se trata del propósito principal para el cuál la iglesia fue instituida, y como mencioné anteriormente, agregar o quitar cualquier cosa de esta misión, deformará la iglesia a tal punto que ya no podría ser llamada Iglesia de Cristo. El agregar o equiparar las obras sociales al mismo nivel que la predicación del Evangelio, como intentan algunos hermanos con ideas socialistas, dará como resultado, tarde o temprano, que la iglesia deje de ser iglesia y se convierta en un club de beneficencia social, como lo es prácticamente hoy en día, la iglesia de Roma. Martyn Lloyd-Jones comenta al respecto: “La Iglesia no es una organización o institución social, ni una sociedad política, no es una asociación cultural, sino que es “columna y baluarte de la verdad” (Lloyd-Jones, 2010, p. 26), esto presupone que su objetivo no es preocuparse principalmente en “cómo están las condiciones de igualdad en el mundo”, sino que su tarea es proclamar y defender la verdad.

El problema que se puede ver en el pensamiento de aquellos hermanos que abogan por un énfasis de la iglesia en las obras sociales, es que consideran que la desigualdad social es un problema o pecado que la iglesia, que es compuesta por hombres, puede solucionar de alguna manera; incluso hermanos con teología ortodoxa firme, aunque no admitan abiertamente este pensamiento, su ferviente deseo de ver a la iglesia entregada en la lucha por la igualdad social es una muestra de que, al menos subconscientemente, piensan lo mismo. Sin embargo, dicho pensamiento olvida la verdad bíblica de que el hombre es pecador y contiene una naturaleza pecaminosa, que su principal mal no es algo material sino moral, por ende, la solución no está en proveer “remedios para sus necesidades palpables”, esto sería como “apuntar a las ramas”, pues el principal problema del hombre, la raíz de todo mal, es que no tiene, puede ni quiere tener una relación con Dios. Al respecto comenta Martyn Lloyd-Jones:

La principal tarea de la Iglesia no es educar al hombre, no es sanarle física o psicológicamente, no es hacer que sea feliz. Iré más lejos: no es ni siquiera volverlo bueno … Su principal propósito no es ninguno de estos; antes bien, es poner al hombre en la relación correcta con Dios, reconciliar al hombre con Dios. (Lloyd-Jones, 2010, p. 32).

Así, pues, se debe afirmar tajantemente que el pensamiento de un “evangelismo + obra social” no es más que una idea socialista con apariencia de piedad, pero que en realidad se trata de un virus silencioso al cual, si no se le presta cuidado y da solución, termina por contaminar a la iglesia causándole una deformación que al final haría que la iglesia ya no se pueda reconocer como tal. La Iglesia de Cristo tiene y siempre ha tenido una única misión principal, de la cual se desprenden las demás misiones o actividades, y está misión no es más que proclamar la Verdad, hacer discípulos, y defender la Verdad que proclama. Sin embargo, aunque la misión de la iglesia es la predicación del Evangelio de Cristo, esto no quiere decir que se deba desechar y rechazar las obras sociales, o que se deba tomar una actitud apática frente a los problemas de injusticia de la región y país, por el contrario, como se mencionó anteriormente, un verdadero creyente tiene el amor de Cristo, y buscará, en la medida de lo posible, brindar ayudas para alivianar dichas cargas, pero esto nunca con el fin de ser escuchados o de que la otra persona tenga interés en escuchar el Evangelio, sino que lo hace porque el amor de Cristo lo constriñe, y sabe que al final su Señor será glorificado; por tanto, aunque las obras sociales no son objetivo principal de la iglesia, si tiene su lugar dentro de la misma, y eso es lo que se expondrá en el próximo capítulo.

Las Buenas Obras del Creyente.


Es preciso dar una claridad. Con lo anteriormente expuesto no trato de decir o inferir que como creyentes no debamos condolernos con los que sufren, por el contrario, las Escrituras nos mandan a tener empatía con nuestros congéneres (Rom. 12:15), claramente nos expresa que la verdadera fe se ha de manifestar con alguna obra (Stg. 2:14-18), y desde muy antiguo nos exhorta a compartir de lo que tenemos con los que no tienen (Ex. 23:10,11; Lv. 19:9,10; 23:22; Dt. 15:7-11). El creyente, por tanto, si realmente ha creído en Cristo para salvación, es una persona que se conduele con el necesitado, y por la orden del Señor, buscando que su Nombre sea glorificado, en la medida de lo que le sea posible, compartirá de lo que tiene con el que no tiene. Las obras de caridad no son malas en sí ni algo que combatir, por el contrario, son cosas que incentivar en nuestros hermanos, pues esto también es parte del significado de ser luz al mundo; el problema radica cuando pensamos que estas obras son prioridad principal de la Iglesia tal como lo es la predicación del Evangelio.

Nuevamente, Martyn Lloyd-Jones tiene algo que decir al respecto: “Aunque esas cosas no sean malas en sí mismas, pueden llegar a serlo y a causar verdadero daño debido a que ocultan la verdadera necesidad”. (Lloyd-Jones, 2010, p. 35) No debemos olvidar que la verdadera necesidad del hombre no está en “suplir sus necesidades físicas palpables” sino que su verdadera necesidad es reconciliarse con Dios por medio de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo. Lo primero lo puede hacer la iglesia, pero también cualquier institución humanitaria, pero lo segundo solo la Iglesia tiene el poder de hacerlo a través de la predicación del Evangelio, es por eso por lo que esta debe ser tu tarea principal y dejar lo otro como un segundo plano, en la medida que le sea posible, pues sabemos que muchas otras organizaciones también hacen dicha labor.

El problema, entonces, no es si hacer o no hacer obras de caridad. Aquí podríamos tomar las palabras del Señor cuando acusó a los fariseos de centrarse en lo menos importante y olvidar lo más importante: “Esto era necesario hacer, sin dejar aquello” (Lc. 11:42). El problema es precisamente ese, la Iglesia le cuesta mantener un equilibrio porque por nuestro pecado, somos propensos a tomar un extremo u el otro: vemos el abuso de los poderosos, escuchamos las políticas de igualdad, coqueteamos con el pensamiento de izquierda, alguien nos muestra uno o dos textos que parecieran apoyar esto, terminamos queriendo implementar una ideología no bíblica a la iglesia que, en el tiempo, haría que se pierda la perspectiva por la cual la iglesia fue instituida; o por el contrario, al ver lo antibíblico y peligroso del pensamiento socialista, buscamos poner las máximas barreras contra estas, nos volvemos apáticos a las necesidades de nuestros congéneres, nos hacemos indolentes y terminamos predicando de un amor que no manifestamos en nuestras vidas.

La solución a la ecuación no está en tomar “partido alguno” o fijar posición en un extremo, pues la biblia es clara cuando nos indica que las obras de caridad tienen su lugar dentro de la comunidad. Aún el aparente experimento mencionado anteriormente en la iglesia de Jerusalén muestra el interés de esta comunidad en ayudar a los menos favorecidos, o también la obra de Pablo con las iglesias gentiles para con la Iglesia de Jerusalén nos dan cuenta de la verdadera preocupación de los creyentes por aquellos que pasan algún tipo de necesidad. Entonces, la solución a esta aparente tensión está es lograr un equilibrio entre ambas obras: la predicación de la Palabra y las obras de caridad.

Cuando se menciona la palabra “equilibrio”, a nuestra mente viene la imagen de una balanza en forma de una “T” perfecta en donde ambos objetos puestos tienen exactamente el mismo peso; pero no es a eso, o no es la imagen adecuada, cuando me refiero a que se debe buscar un “equilibrio” entre la predicación del Evangelio y el accionar de las obras de caridad. Ciertamente toda mi argumentación se basa en que la predicación del Evangelio de Cristo es tarea primordial y principal de la Iglesia, y que las obras de caridad son acciones adicionales, loables, que es bueno que la iglesia tome, pero que jamás constituye su principal propósito o tarea fundamental. En ese orden de ideas el equilibrio no está en hacer una ecuación tipo: “Evangelismo + obras de caridad”, donde estas obras se equiparán al mismo nivel de la predicación del Evangelio, que es lo que pretenden los creyentes simpatizantes con las ideologías del socialismo; sino que, el equilibrio se encontraría cuando la iglesia enfoca sus esfuerzos en su tarea primordial: la predicación fiel de todo el consejo de Dios. ¿Porqué esto es así? Bien, como se mencionó, el problema del hombre está en que tiene un corazón totalmente depravado y por ende, con tendencia siempre al egoísmo, la ambición, la avaricia y la envidia, pero este es un problema que ningún ser humano puede solucionar bajo sus propios medios, sino que, sólo el Santo Espíritu de Dios puede obrar en el corazón del hombre para cambiarlo y que de esta manera, el ser humano, ya convertido, manifieste las obras del amor de Dios hacía los demás. Como la única solución al problema del hombre es esta, la iglesia debe dedicarse y enfocarse en la predicación de la Palabra y en el hacer discípulos, pues a Dios le “agradó salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co. 1:21). Dios es soberano y puede salvar a quien Él quiere como Él quiera, pero en su sabiduría, estableció que la salvación de las almas, el cambiar del corazón humano, el actuar del Espíritu Santo, fuese por la predicación de las Escrituras.

Es necesario traer nuevamente al Dr. Llyod-Jones: “… cuando la Iglesia lleva a cabo su tarea principal, esas otras cosas (las obras de caridad) vienen invariablemente como resultado de ello”. (Lloyd-Jones, 2010, p. 39) Entonces, solo cuando la Iglesia enfoca todos sus esfuerzos en su tarea principal dará como resultado el accionar de las otras obras que se pueden hacer para que el nombre de Cristo sea glorificado, por el contrario, cuando la Iglesia es renuente en su tarea y/o no enfoca la totalidad de sus fuerzas en ella sino que reparte sus actividades en una y la otra, el resultado será que pronto la comunidad eclesiástica se irá llenado más y más de personas no conversas que serán ambiciosas, egoístas, avaras y envidiosas, y su interés por ayudar a los menos favorecidos, prontamente se verá frustrado. El equilibrio, o solución a un interés en ayudar a los menos necesitados, no está en “apuntar a las ramas” sino en “dar a la raíz del problema”, y esto solo se puede lograr por medio de la predicación del Evangelio del Señor, por eso esa ha sido, es y siempre será su tarea primordial.


Oscar Andres Romero
Estudiante de Licenciatura en Teología
Seminario Reformado Latinoamericano


Bibliografía
·       A menos que se indique lo contrario, todas las referencias bíblicas son extraídas de la Santa Biblia, Versión RVR. 1960
·    Teología de la Liberación. (Sin Fecha). En Wikipedia. Recuperado el 25 de octubre de 2018 de https://es.m.wikipedia.org/wiki/teologia_de_la_liberacion
   Pacto de las Catacumbas. (Sin Fecha). En Wikipedia. Recuperado el 25 de octubre de 2018 de https://es.m.wikipedia.org/wiki/pacto_de_las_catacumbas
·       Keller, T., (2015). El Dios pródigo. Barcelona, España. Editorial Andamio
·       Keller, T., (2017). Ministerios de Misericordia. Medellín, Colombia. Poiema Publicaciones
·      Lloyd-Jones, M., (2010). La predicación y los predicadores. Ciudad Real, España. Editorial Peregrino
·  Hendriksen, W., (2003). Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Mateo. Kalamazoo, USA. Libros Desafio

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