viernes, 11 de junio de 2021

Doctrinas Cristológicas en Hebreos 1:1-4

CRISTOLOGIA EN HEBREOS


El escrito a los hebreos es un documento de suma importancia para la cristiandad. En ella se puede ver con muchísimo detalle la obra sumosacerdotal de Cristo, amén de su supremacía, de ahí que muchas personas tengan como tema central de este escrito como “la supremacía de Cristo”.

Lo cierto es que, si bien el tema de Cristo como más excelente de todo, es un hilo en medio de muchos temas, nunca se debe olvidar que la intención del autor no es simplemente mostrar a Cristo como supremo, como si de un compendio teológico se tratase; sino que, debido a la problemática y las situaciones que vivían los receptores del escrito, el propósito del autor era animar a los creyentes a no claudicar, pues de hacerlo, estarían abandonando el único camino de salvación.

Teniendo esto en mente, que el escrito a los Hebreos tiene como finalidad última exhortar a sus receptores, tampoco se debe dejar de lado, o desconocer, que para lograr este propósito, el autor se vale de una majestuosa y poderosa cristología que va hilando entre exposición y exhortación. La cristología presente en este documento es simplemente profunda, tal es así, que incluso en versos que pasamos leyendo de corrido, pueden contener innumerables detalles sobre las definiciones teológicas.

Tal es el caso en los primeros cuatro versos de la epístola. En tan solo estos primeros versos que componen la introducción del Escrito, el autor de Hebreos ilustra una serie de doctrinas que tienen como eje la cristología. El propósito de este ensayo es, precisamente, mostrar las doctrinas que se hacen presente en estos versos y que están dependiendo de un eje central que es Cristo. La finalidad de esto es mostrarnos que desde el inicio Dios ha tenido un solo plan, y este se resume en la vida y obra de nuestro Señor Jesucristo.

 

REVELACIÓN PROGRESIVA Y PLENA EN JESUCRISTO

(HEB.1:1-2a)


“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo,”
En esta primera parte podemos ver, en lo escrito por el autor, lo que se denominaría como “Revelación progresiva”, y también la “revelación plena, o culmine, en Jesucristo”. La revelación progresiva es la doctrina concerniente a la conformación del canón de las Escrituras; por su parte, lo que se denomina como “revelación plena en Jesucristo” es el aspecto, también de la conformación del canón, que nos indica que en Jesucristo culmina el proceso de revelación divina. El autor deja esto muy en claro que la persona de Jesús, aunque sin nombrarlo, por ser el Hijo, posee la revelación culmine y el es depositario final de la verdad divina revelada. Dice Matthew Henry:


“Resulta curioso observar que, mientras lo de “en los profetas” (por medio de la boca y de la misma persona) lleva el artículo definido, “en Hijo” no lleva artículo ni va acompañado de pronombre personal o posesivo de primera persona, como si el autor quisiera poner de relieve que Dios, en Cristo, nos habló “en Hijo”, en la naturaleza humana que el Hijo de Dios asumió al hacerse carne” (Henry, 1991, pag. 1791)


Así, pues, el autor nos presenta al Hijo como la revelación final, Dios habló “en Hijo”, es su revelación final y definitiva, no hay que esperar más revelaciones si estar pendiente de qué otra cosa ha de decirnos Dios. Esto es así porque desde Gén. 3:15 vemos que lo que las personas han estado esperando de parte de Dios ha sido siempre “el deseado de las naciones” (Hag. 2:7). Esto es muy importante y relevante para la época actual, una época que se marca por la constante búsqueda de “nuevas experiencias y revelaciones” de parte del creyente. El carimatismo ha llevado a las personas a desear “nuevos” ejercicios proféticos, y aunque en la historia de la Iglesia esto ha sido como una constante en ciertos periodos, no se puede negar el aspecto influyente, extremadamente mayor, que hoy tiene esta inclinación. Sin embargo, el creyente debe tener siempre en cuanta que ya Dios no da más revelación, pues lo ha dicho todo, todo lo que necesitamos oír, en Cristo. Dice nuevamente Matthew Henry: “… la intención del autor es poner de relieve que la revelación de Dios, hecha en y por medio de Jesucristo es exhaustiva y final, definitiva” (Henry, 1999). Esto se puede ahondar si se tiene en cuenta que la palabra que el autor usa para iniciar es “polímeros” (πολυμερως), indicando así que la revelación de Dios vino antes por fragmentos o partes, pero luego, “en Hijo”, llega la culminación de la revelación. El creyente debe conformarse, por tanto, con el depositario final de la revelación de Dios, no buscar revelaciones adicionales, pues esto puede, incluso, indicar un desprecio por la obra del Señor. Así lo afirma el teólogo místico Juan de la Cruz:


“En lo cual da a entender … que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en El todo, dándonos al Todo que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer alguna otra cosa o novedad” (de la Cruz Citado por Henry, 1999, pag. 1791)
Así, pues, podemos ver que el autor del escrito enfatiza la cuestión de la revelación progresiva al hacer alusión a la forma “fragmentada” (polymeros) en que fue dada la revelación primeramente, pero después mostrando una culminación plena “en Hijo”. El creyente no debe esperar más revelación, pues toda está “en Hijo”. Sentencia Henry:


“Después de la revelación hecha en la persona y en la obra de Jesucristo, según fue recibida e interpretada por los escritores del Nuevo Testamento por medio de las operaciones del Espíritu Santo, Dios no revela ya nada nuevo” (Henry, 1999, pag. 1791)


TRINIDAD Y ETERNIDAD DE JESUCRISTO


(HEB. 1:2b-3a)


“…, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia,” 
En esta pequeña frase se contiene tal profundidad teológica que ameritaría, no solo un ensayó independiente, sino hasta una obra literaria de varios tomos. Las doctrinas cristológicas siempre han sido ampliamente debatidas, casi desde los albores mismos del cristianismo ha habido personas que se han inclinado a posturas extremas y controvertidas, ahora heréticas, sobre la cristología, ya sea en la naturaleza, composición, rol, ser, etc; las controversias cristológicas siempre han dominado el terreno cristiano.


Claramente la eternidad de Cristo no es la excepción, y ya desde el siglo IV y V se ha debatido sobre sí Cristo ha sido eterno o creado. La herejía arriana es una que promulga que Cristo, aunque criatura excelsa y glorificada, por encima de todas las demás criaturas, no deja de ser criatura al final, y aunque la iglesia siempre ha promulgado la deidad de Cristo, ergo, su eternidad, la herejía arriana siempre ha encontrado algún incauto que, ante su falta de experticia teológica y desconocimiento de la historia, siempre vuelve a traer a colación el mismo tema.
Lo cierto es que esta frase deja en claro el papel económico del Hijo dentro de la trinidad, tema que el autor del escrito ampliará inmediatamente, pero que dicho rol dentro del seno trinitario deja en claro que Cristo no puede ser una criatura, pues toda criatura está sujeta a tiempo y espacio, como mínimo, por lo cual, si Cristo es visto solo como criatura, no es posible que él fuese el agente de la creación. Notemos que el autor dice “Por quien así mismo hizo el universo” (RVR 60), sin embargo, la palabra usada en el original sería “aionas” (αιωνας) que traduce más exactamente “siglos”.


Dado lo anterior, se puede ver que el rol del Hijo dentro del proceso de creación fue servir como agente, y esta creación no debe ser entendida como la creación de solo lo material, pues la palabra en original “aionas” (αιωνας) implica un sentido de tiempo, el Hijo también es el agente creador del tiempo, ergo no puede estar sujeto al tiempo, sino que el tiempo, y todas las cosas, están sujetas a él como heredero, de ahí la necesidad de su eternidad. Esto está en consonancia, no solo con otros escritos de la Escritura como Jn. 1:14; Col. 1:15-20, o 1 Cor. 8:6, sino que, debido a todo lo anterior, la opinión casi unánime de la erudición actual, apunta a que dicho sentido de frase era (y es aún hoy en muchos sentidos), una confesión de fe primitiva, o un himno, que existía entre los creyentes del primer siglo.


Todo lo anterior deja sin fundamento el argumento de muchos arrianos actuales que sostienen que la divinidad del Hijo fue atribuida por Constantino en el siglo IV, pues en realidad, al sostenerse la eternidad del Hijo en una confesión de fe, o cuando menos en un himno, apunta a la creencia, desde el comienzo, de la Deidad del Hijo. Después de decir esto, y para apuntalar más la deidad de Cristo, el autor del escrito a los Hebreos procede a anunciarnos lo excelso del misterio de Cristo: Es el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia.
En este aspecto debemos tratar dos partes. La primera se refiere a Cristo como el resplandor de la gloria de Dios, pues los arrianos actuales nos indican que Cristo es el reflejo de la Deidad, pero la palabra en el original va más allá. Dice un autor:
“Aunque la palabra traducida resplandor puede significar también “reflejo”, la idea aquí es que el Hijo tiene en sí la misma naturaleza gloriosa del Padre. Si Dios es luz, el Hijo es la misma luz brillando en este mundo. La expresión describe tanto la gloria trascendente que caracteriza al Padre y al Hijo, como el hecho de que en la encarnación esta gloria resplandece en nuestro mundo. Es imposible separar el resplandor de la luz, y es solamente por medio del resplandor que vemos la luz.” (Comentario Mundo Hispano, 2005, pag. 35)


El siguiente aspecto está relacionado con la frase “La imagen misma de su sustancia”. Esta Frase es traducida por Matthew Henry como “la impronta misma de su ser”, debido a que el término que se usa es “charakter” (χαρακτηρ) que tiene un sentido de un grabado o sello. El sentido que el autor trata de transmitir es que en el Hijo está el ser del Padre, es una imagen exacta de la Deidad, tomando las mismas palabras del Señor a Felipe, quien lo ve a Él, ha visto al Padre (Jn. 14:9). Dice Guthrie:


“El término que se traduce como “imagen” (charakter), que es también un hapax legomenon en el Nuevo Testamento, denotaba inicialmente un instrumento utilizado para la realización de grabados, y, más adelante, se aplicó a la impresión misma realizada por este tipo de artilugio. Podría, por ejemplo, aludir al grabado hecho en las monedas. La palabra hace, por tanto, referencia a las características de una cosa o persona que nos permiten reconocerla por lo que es. Esta imagen literaria puede también evocar la “representación” de un progenitor que se reconoce en el rostro de sus hijos. Con solo ver la cara del niño se hace inmediatamente evidente la estrecha relación familiar que existe entre ambos. Lo que el Hijo representa es el “ser” del Padre, es decir, su naturaleza esencial. Por tanto, la expresión, “fiel imagen de lo que él es”, sigue estrechamente lo que afirman otros pasajes del Nuevo Testamento que hablan de Jesús como “forma”, “semejanza” o “imagen” de Dios (p. ej., Jn 1:2; Fil 2:6; Col 1:15). El Hijo proporciona, pues, una imagen verdadera y digna de confianza de la persona del Padre.” (Guthrie, 2014, pag. 37)


Así, entonces, el autor señala razones contundentes para mostrarnos la Deidad del Hijo, pues nos ha mostrado su eternidad y su unidad y diferencia con el Padre. No deja de ser algo sumamente impresionante la gran cantidad de contenido cristológico que se encuentra en este verso, contenido que es continuamente tergiversado (porque no puede ser ignorado) por los arrianos de la actualidad. Pero el autor del escrito no termina ahí su “lección de cristología, sino que suma un argumento más, un atributo más que es característico solo de la Deidad, para así mostrarnos el aspecto divino del Hijo


INMANENCIA Y TRASCENDENCIA DE JESUCRISTO


(HEB. 1:3b)


“…, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”
La inmanencia y trascendencia son los términos en los que entendemos que la Deidad está más allá de la creación, no esta regido por la materia, ni el tiempo, ni el espacio; pero, al mismo tiempo, Dios está en toda su creación, y no hay ningún rincón o aspecto de los creado que esté por fuera de Él.
En esta corta frase, el autor del escrito a los hebreos nos detalla ese aspecto, nos muestra que Cristo aunque caminó sobre la tierra, en realidad es inmanente y trascendente a su creación. Digo “su” porque como ya vimos, el Señor es el agente de la creación, la creación es su creación, por ende, para poder crear debe ser trascendente a lo creado, lo mismo para poder sustentarlo, debe estar por fuera de lo que se sustenta. Empero, el término que se indica de que sustenta todas las cosas, no es un simple sostener, sino que implica y denota un significado de propósito. Dice Matthew Henry:


“El griego emplea el término “Phéron” (participio de presente continuativo), con lo que se expresa la acción de sostener, como con el puño, todas las cosas creadas, de forma que, si las dejase caer, volverían a la nada. … Pero no por eso se agota el sentido del verbo “llevar”. Según S. Bartina, no es un mero sustentar, como quien sostiene un peso; es más: es conducir, guiar hasta un fin” (Henry, 1999, 1791)
A esto hemos de sumarle el comentario que hace Guthrie al respecto del mismo tema:


“El Hijo es también el que “sostiene todas las cosas con su palabra poderosa”. El trasfondo de esta actividad sustentadora de “todas las cosas” por parte del Hijo debe entenderse probablemente en un sentido administrativo, a saber, la constante organización y mantenimiento del orden creado según un propósito previamente establecido, una actividad que en los escritos judíos se atribuye a Dios. No se trata, pues, de que el Hijo lleve sobre sí el peso del mundo como el poderoso Atlas de la mitología griega, sino más bien de la dinámica progresión de la creación por medio de su poder de gobierno. El Hijo ejerce este gobierno “con su palabra poderosa”. Así como el mundo fue creado por la Palabra de Dios, por medio del Hijo (1:2; 11:3), este también se sustenta por la poderosa palabra del Hijo.” (Guthrie, 2014, pag. 37)


 
Podemos entonces ver el sentido de trascendencia e inmanencia. El primero en el sentido de que es el Hijo quien actúa como agente de la creación, amén de ser quien la sostiene como con “un puño”, y la segunda en el acto de que el Hijo no sostiene la creación de una manera estática y sin dirección, sino que la conduce a un destino ya determinado, hacía un fin, una meta.

El autor deja los aspectos de las características divinas en este punto, y como una muestra de cuál es la meta hacía la que conduce a la creación (no olvidemos los fines exhortativos que tiene el autor), procede a indicar la obra del Señor y el resultado de esa obra, pues es precisamente con esto, y por esto, que la creación es conducida hacía el fin glorioso que ella misma está esperando.


SUSTITUCIÓN PENAL


(HEB. 1:3c)


“…, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo”
Esta parte, en esta frase que Matthew Henry muestra que son solo cuatro palabras griegas, se centra lo principal del escrito a los hebreos. Guthrie dice:
“La “purificación de los pecados” constituye una de las principales preocupaciones del autor (ver especialmente 9:1–10:18, que trata de la superioridad de la ofrenda por el pecado que se ofreció bajo el nuevo pacto). Tras su tratamiento de este tema subyacen los conceptos veterotestamentarios del Día de la Expiación (Lv 16) y la sangre del pacto (Éx 24), junto con algunos otros subtemas. En esta afirmación de Hebreos 1:3, tenemos la referencia de la introducción a la muerte expiatoria de Cristo en la cruz. El Hijo consiguió un perdón que sería permanente y abriría el acceso a la presencia misma de Dios.” (Guthrie, 2014, pag. 38)


Este es un terreno soteriológico, y es aquello que es conocido como la sustitución penal. De una manera básica, el autor está mostrando la obra de Cristo. El ser humano, debido a su caída en Adán, está contaminado por el pecado, se había constituido en enemigo de Dios y sus afectos eran contra Él, su destino estaba sellado. Pero Dios, en su infinita misericordia, tuvo compasión de algunos para glorificarse en su gracia, proveyendo entonces, un medio por el cual la purificación de los pecados fuese posible. Este medio era el Hijo de Dios, quien se encarnó y vivió una vida perfecta representando a los elegidos de Dios, y muriendo por ellos una muerte abominable, muerte en la que se hizo maldición por ellos, para que, por medio de su muerte, los suyos, pudiesen ser purificados de sus pecados y recibiesen redención.


En la Escritura, los términos “contaminación – purificación/limpieza” son formas de mostrar el estado del hombre antes y después de recibir la redención hecha en Cristo, o también para separar al grupo de los condenados (contaminados) y los salvos (purificados/limpiados). Matthew Henry comenta al respecto citando a J. Brown:
“Como el pecado es considerado una contaminación de la persona, haciéndola objeto de disgusto para Dios, la remoción del pecado, tanto en su fuerza condenatoria como en su fuerza corruptora, es representada como una limpieza” (J. Brown citado por Henry, 1999, pag. 1791)


El pecado es la gran inmundicia a los ojos de Dios, de la que efectuó la purgación por su sacrificio. Nuestra naturaleza, cargada de culpa, no podría, si nuestro gran sumo Sacerdote no hubiese rociado el propiciatorio celestial con su sangre de expiación, entrar en contacto inmediato con Dios. La mediación entre el hombre y Dios, que estaba presente en el lugar santísimo, se revelaba en tres formas: En los sacrificios (típicas expiaciones por la culpa), en el sacerdocio (los agentes de estos sacrificios), y en las leyes levíticas de la pureza (Se alcanzaba la pureza levítica, en forma positiva, mediante el sacrificio, y en forma negativa, evitando la contaminación levítica, pudiendo así el pueblo entrar en la presencia de Dios sin morir; Deuteronomio 5:26).


Todo lo anterior se resumió en el sacrificio perfecto hecho una vez y para siempre (Heb. 7:27; 10:12), realizado por Cristo, quien se entrego a si mismo. Los manuscritos más antiguos omiten la palabras “a sí mismo”, lo cual pudiese confundir a un desconocedor de la obra del Señor, haciéndolo pensar que la purificación no se dio por el sacrificio vicario, pero todo el contexto del escrito a los Hebreos, amén de toda la Escritura, dan entender que la redención se da por la limpieza que la sangre de Cristo provee. Además, la construcción en estos manuscritos más antiguos del original griego hace innecesaria esta clausula para dar entender que es por medio de la muerte de Cristo en la cruz, que nuestros pecados fueron limpiados. Matthew Henry comenta al respecto aduciendo a la traducción de la NVI:


“La NVI ha captado bien el sentido al traducir: “después de haber provisto el medio de purificar nuestros pecados”, ya que, y esto es de suma importancia para entender bien la obra de la redención, la provisión de la salvación se obtuvo en el sacrificio de la cruz …, de una vez por todas; de ahí el participio del aoristo (gr. poiesámenos) que, al estar en la voz media, comporta la idea de que esa purificación la hizo en sí o por sí, siendo innecesaria la añadidura del “di autoú” (por medio de sí mismo)” (Henry, 1999, pag. 1791)


La idea que el autor está presentando, entonces, ya sea que se tenga en cuenta los manuscritos más antiguos, o los más conocidos, es que Cristo se ofreció a sí mismo como propiciación para purificación de nuestros pecados. Que, por medio de su sacrificio, en el cual representó a los que han sido elegidos para salvación, proveyó la manera de que estos fuesen purificados y límpidos de su contaminación pecaminosa. Cristo vivió una vida perfecta en nombre de los suyos, y su sacrificio y muerte, también fue en nombre de los suyos. Todo esto que hemos dicho es lo que, teológicamente hablando, se conoce como el sacrificio vicario de Cristo, y es lo que el autor del escrito a los Hebreos representa, o resume, en esta corta frase del verso 3 del capítulo 1.


LA EXALTACIÓN DE CRISTO


(Heb. 1:3d-4)


“…, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos.”
En esta última sección de la parte introductoria del escrito a los Hebreos, el autor detalla ahora una última doctrina: la exaltación de Cristo. Después de resaltar el aspecto de importancia de Cristo como en quien se culmina toda la revelación de Dios, de presentarlo como Dios mismo al presentar su eternidad, su participación en la trinidad, si inmanencia y trascendencia, y de mostrar su obra de sustitución penal por los suyos, procede a indicar el resultado de todo esto, apuntando la supremacía de Cristo.


Para esto, el autor se enfoca en dos aspectos: Cristo se sentó a la diestra de la Majestad en los cielos, y llegó a ser tanto superior a los ángeles.
En el primer aspecto, se debe examinar lo que implica estar sentado a la diestra, y la persona que se denomina como “majestad”. En cuanto al sentarse a la diestra, he de decir que no se ha de entender de forma literal del sentido de adoptar una posición de descanso al lado derecho de algo o alguien; no, “sentarse a la diestra”, es una forma de indicar autoridad, honor y poder. En palabras de Guthrie: “… alude al manejo del poder más elevado o a ser objeto de honor, aunque también transmite los significados derivados de grandeza o favor” (Guthrie, 2014, pag. 38).
Esta posición no debe entenderse como el estado preexistente de igualdad con el Padre, sino siempre a su estado de exaltación gloriosa como el Hijo del hombre después de sus padecimientos, y como mediador a favor del hombre en la presencia de Dios.


La “Majestad” a la que se hace referencia es a Dios mismo. Matthew Henry (1999) nota que la expresión conjunta “la Majestad en los cielos” es una expresión con la que se pone de manifiesto la gloria de Dios, al par que se evita pronunciar el nombre sagrado de Jehová.


El segundo aspecto, el de la superioridad de Cristo a los ángeles, es una base introductoria para la siguiente sección del escrito, donde el autor comienza a detallar todo lo que ha resumido en la parte introductoria. Cristo llegó a ser superior a los ángeles por cuanto heredo un mejor nombre. Esto nunca debe ser entendido como que Cristo fue, ontológicamente, inferior a una criatura. Comenta un autor del comentario Mundo Hispano:


“Si Jesucristo eternamente era Hijo de Dios, ¿cómo es posible que fue hecho…superior a los ángeles? El autor está pensando en la exaltación de Jesús a la diestra de Dios, después de que por poco tiempo fue hecho menor que los ángeles (2:9).” (Mundo Hispano, 2005, pag. 38)


Su exaltación, entonces, es debido a su primera humillación. El Hijo de Dios gozaba de una gloria excelente y una comunión única en el seno trinitario, pero por cumplimiento del pacto intratrinitario, en el cual se procuró la redención de la Iglesia por medio de la muerte en la cruz del Hijo, la segunda persona de la trinidad tomo forma de hombre, y por un momento fue “hecho menor que los ángeles” (Heb. 2:9). Un autor del Comentario Exegético de la Biblia comenta:
“… por su exaltación por el Padre en contraste con el haber sido “hecho un poco menor que los ángeles”. Como el “siendo” del v. 3 expresa su ser esencial, así “hecho” de este versículo (compárese el 7:26) señala lo que vino a ser en su humildad asumida (Filipenses 2:6–9). El autor demuestra que su forma de humillación (posible motivo de escándalo para los judíos) no se oponía a su divinidad mesiánica. Como la ley fue dada por la ministración de ángeles y de Moisés, fue pues inferior al evangelio dado por el divino Hijo, quien es (vv. 4–14) como Dios, y fue hecho como el exaltado Hijo del hombre (2:5–18), mucho más excelente que los ángeles. Las manifestaciones de Dios mediante los ángeles (y hasta por el ángel del pacto) en diversas ocasiones en el Antiguo Testamento, no ponían al hombre y a Dios en unión personal, como lo hace la manifestación de Dios en carne.” (Comentario Exegético de la Biblia, 2002, pag. 669)


Resumiendo, entonces, se pude decir que debido a que el Hijo eterno de Dios se humilló a sí mismo, tomando forma de hombre y asiéndose “un poco menor a los ángeles” para proveer la redención y purificación de los pecados de los suyos, al terminar su obra fue exaltado por Dios, dándole un mejor nombre y haciéndolo superior a los ángeles, pues se sentó a la diestra de la majestad, obteniendo así honor, poder y autoridad máxima, convirtiéndose así en el mediador entre Dios y los hombres.


CONCLUSIÓN


La introducción del escrito a los Hebreos es maravillosa. Contiene una profundidad teológica que un simple ensayo no nos permitiría abarcarlo totalmente, empero, este se realizó para mostrar de una manera básica todo lo que se puede contener. En solo cuatro versos el autor detalla una gran cantidad de verdades cristológicas que después procede a detallar con más profundidad en el resto del escrito.
Estos versos contienen estas doctrinas porque la finalidad del autor es resaltar la importancia de Cristo, después pasará a mostrar su supremacía tanto con los ángeles, como con Moisés y finalmente con el sacerdocio levítico, pero para poder mostrar esa superioridad, debe impactar la mente de sus lectores/oyentes con la profundidad de la importancia ontológica de este ser.


En un mundo tan agitado como el que actualmente vivimos nosotros, es normal que tomemos las Escrituras y demos leídas rápidas, o a lo mucho, nos centremos en las partes “más famosas” del texto, como en las comparaciones que se hacen, la cuestión del reposo, las cuestiones debatibles de Hebreos 6:1-4, o 10:26-31. Sin embargo, con este ensayo podemos ver que aún en partes que a veces tenemos como “menos importantes”, contienen grandes y maravillosas verdades. De hecho, debido a que la parte introductoria está marcando la importancia ontológica de Jesucristo, esta se convierte en un tema muy central y que da un mayor peso al resto de la argumentación del escrito, sin las verdades que se detallan en Hebreos 1:1-4, el resto de la argumentación del autor carecería de un peso importante: Cristo es superior a los ángeles, a Melquisedec, a Moisés, al sacerdocio y orden levítico, por cuanto su ser ontológico y su obra es superior a cualquier otra.
Este es un llamado, por tanto, a que nos acerquemos a las Escrituras con sumo cuidado, y ha no dejarnos inclinar por cuestiones de importancia o “moda” popular, sino a que nos acostumbremos a examinar cada texto de la Escritura como con una lupa, pues así evitaremos lo más posible el perdernos de verdades doctrinales edificables.


BIBLIOGRAFÍA


    Todas las referencias bíblicas son sustraídas de la versión Reina-Valera de 1960

   Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry. Barcelona-España. Editorial: Clie

   Guthrie, G. (2014). Hebreos: del texto bíblico a una aplicación contemporánea. Editorial: Vida

   Jameison, R., Fausset, A., y Brown, D., (2002). Comentario Exegético y Explicativo de la Biblia: Nuevo Testamento. (7ª edición, Tomo II). Texas-EE. UU. Editorial: Casa Bautista de Publicaciones

  Cevallos, J., y Zorzoli, R. (2005). Comentario Bíblico Mundo Hispano: Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, Judas. (1ª edición, Tomo 23). Texas-EE. UU. Editorial: Mundo Hispano

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